Mar. Abr 22nd, 2025

Por: Raúl Ramírez González

Cuando en 1992 el politólogo de los Estados Unidos, Francis Fukuyama acuñó el término “el fin de la historia” no se refería solamente al término de la confrontación ideológico en el mundo. Su aguda percepción de los años por venir anticipó la prevalencia global del liberalismo económico y político en las sociedades de nuestros días.

Este enfoque premonitorio se centró en el agotamiento de la lucha por las convicciones reivindicatorias trastocándose al paso del tiempo en la búsqueda de un paraíso individual basado en la seguridad y la comodidad.

No obstante que esa vuelta de tuerca de la historia nos coloca otra vez al principio de un ciclo, el legado del Papa Francisco evidencia que por encima de la vacuidad y el desencanto, la obra de personajes como Jorge Mario Bergoglio, el Papa que llegó desde el fin del mundo prevalecerá por su enfoque transformador y revolucionario.

Más allá de su investidura religiosa o de su liderazgo como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica del mundo, Francisco representa en el contexto actual esa visión de no entregarse a la corriente ni sucumbir a la tentación de una vida de pasividad y contemplación.

“Por sus obras los conoceréis” dijo una vez a sus discípulos Jesús de Nazaret al invitarlos a identificar a aquellos que son fieles a sus convicciones y distinguirlos de los que hacen del engaño y la falsedad el vínculo con el prójimo para satisfacer sus propias necesidades.

En ese contexto, Francisco asumió, fiel a los preceptos de la búsqueda del bien común que sustentan los principios de la Compañía de Jesús, a la que ingresó en 1958, que su labor pastoral y su activismo como luchador social estarían siempre al lado de los marginados, los excluidos y las minorías.

De su etapa temprana en el sacerdocio y su arribo como Superior Provincial de los jesuitas en Argentina son destacables sus frecuentes confrontaciones con el poder local en defensa de los desprotegidos, las mujeres y la infancia.

Sin bajar la guardia, pero con la fuerza del apoyo mayoritario de la feligresía local, el padre Bergoglio va escalando como Obispo auxiliar primero y después como arzobispo de Buenos Aires, la diócesis más importante de su país sin que sus cargos eclesiásticos le separen nunca de los barrios bajos y los cinturones de miseria de la capital argentina.

Por sobre su peso como eminente figura del catolicismo local, Bergoglio y su activismo se convierten en objeto de espionaje, señalamientos de “comunista” beligerante y provocador, lo que ameritó marcaje personal y estrecho seguimiento por parte de los

distintos gobiernos argentinos.

En 2001 el Papa Juan Pablo Segundo lo nombra cardenal y a pesar de este nuevo encargo, su actividad con los enfermos, los presos, las minorías y los desposeídos se intensifica, colocándolo como figura emblemática de la iglesia progresista en el mundo.

La muerte del Papa peregrino Juan Pablo Segundo en 2005 y la renuncia de Benedicto XVI en 2013 llevaron al Obispo Bergoglio al cónclave de ese año del que saldría ungido como Papa, el primer Papa jesuita en la historia, el primer Papa latinoamericano y el primero en elegir el nombre de Francisco.

Su arribo al pontificado se caracterizó por el énfasis en sus votos de humildad y por tomar decisiones que marcaron su papado como sobrio y austero al decidir que viviría en un pequeño departamento de la Residencia Santa Martha y no en los tradicionales aposentos papales del Palacio Apostólico y elegir un FIAT blanco compacto como su vehículo oficial.

Más allá de estas acciones que incluso podrían parecer irrelevantes. Francisco asumió el control pontificio ejecutando acciones radicales como un auténtico reformador, entre las que destaca la investigación al banco vaticano y la reorganización administrativa del mismo.

La apertura de su ejercicio pastoral como obispo de Roma tuvo en la emisión de la Encíclica: Laudato si (Alabado seas) un llamado a defender el medio ambiente, la lucha contra el cambio climático y la reivindicación de la responsabilidad social.

Su visión de hombre de estado tuvo un sólido contrapeso en su convicción de impulsar reformas en la doctrina y en el vínculo de la iglesia con su grey entre ellas su postura en relación con la diversidad sexual; la comunión a parejas divorciadas, el ascenso de mujeres en la estructura clerical, el diálogo interreligioso y la cercanía con los marginados.

Todo este bagaje en torno a la vida, obra y el legado del Papa Juan Pablo Segundo nos lleva a reflexionar en la segunda parte del título del libro de Fukuyama: “El fin de la Historie y el último hombre”.

En ese cruce de caminos planteado por el autor, aludiendo a la filosofía de Nietzsche, permite colocar a Francisco en el parteaguas entre los que decidieron abandonarse a los vaivenes del libre mercado y la voluble geopolítica actual y los menos que sin adjetivos asumen el compromiso de convertirse en auténticos despertadores de conciencias y promotores de la necesidad inaplazable de reencontrarnos a nosotros mismos y a partir de ahí trabajar en el reencuentro con los otros en la necesidad de hacer algo por el único hogar que tenemos.

Francisco, ese último hombre enfrentó valientemente al poder mundial y expuso ante el orbe la autocrítica a una iglesia más allá de cualquier denominación exponiendo su esclerosis, cerrazón y limitación de propuestas.

La fuerza de la voz crítica de Francisco trascenderá sus Encíclicas Evangelii gaudium y Laudato si porque frente a un contexto mundial complejo y marcado por la guerra, la polarización y el odio se erige como un llamado a la esperanza que fustiga al sistema económico actual, patente de corzo de aquella locución latina de que “el hombre es un lobo para el hombre”.

De igual manera, la visión de conjunto y la capacidad de resumir la historia del Papa Francisco siguen poniendo la llaga en el comunismo como una ilusión basada en el engaño y que no es sino un subterfugio para favorecer a unos cuantos bajo el supuesto del bien común.

Lo deseable es que las nuevas generaciones y las que las anteceden puedan escuchar este llamado a tiempo y esa voz que más allá de la guerra en Ucrania y Gaza fue capaz de levantarse contra la cultura del descarte y que opuso la razón contra la inequidad global, abogando por una economía solidaria y ecológica frente a las amenazas de la extinción global y el amago de volver a imponer en el orbe la ley del más fuerte.

Pasados los funerales de estado y las exequias de este hombre afable, solidario y cálido que trabajó sin descanso hasta las últimas horas de su vida por la transformación estructural de la iglesia, la fe y la doctrina, quedará la moneda en el aire para que el Papa que entre al relevo siga pugnando por esta revolución de la conciencia.

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